Decir y Mostrar
Decir y mostrar (Para mejorar un texto literario)
El escritor dispone de dos métodos
principales para transmitir la información en un relato: decir y mostrar.
Imaginemos que un autor quiera hacernos saber que uno de sus personajes
-Silvia- está contento. Podrá consignar ese dato directamente: «Silvia está
contenta» o bien sugerirlo: «Silvia no deja de reír». En el primer caso, el
escritor estará diciendo, en el segundo, mostrando. Imaginemos que un autor quiera
que sepamos que uno de sus personajes -Pedro- pertenecía a cierta clase social.
Podrá decirnos sin rodeos «Pedro era pobre» o acudir al rodeo literario y
escribir: «Pedro vestía harapos, dormía entre cartones y se alimentaba de
mendrugos y sardinas». De nuevo, la primera frase responde a la estrategia de
decir y la segunda a la de mostrar.
• Cuando un escritor dice, la idea que
pretende transmitir aparece en el texto directamente.
•
Cuando un escritor muestra, la idea que pretende transmitir aparece en el texto
sugerida. Cuando un autor dice, utiliza principalmente términos abstractos;
cuando muestra, se sirve, en cambio, de imágenes. Podemos constatarlo en los
ejemplos anteriores. El contento o la pobreza son ideas que el autor concreta
en imágenes cuando alude a la risa o a un hombre cobijado entre cartones. Como
reza la frase hecha, el escritor convierte así a Silvia y Pedro,
respectivamente, en la viva imagen del contento y de la pobreza. ¿Qué logra con
ello? Dar la impresión de que entre el relato y el lector no existe
prácticamente un mediador, de que nadie está contándole la historia al lector
sino de que éste la está presenciando, como si estuviera inmerso en ella
Recurriendo a la estrategia de mostrar, el autor salva, asimismo, la distancia
que media entre un texto meramente informativo y un texto literario. Si en el
caso de una crónica -y no consideramos aquí el periodismo literario-, el
objetivo es transmitir datos del modo más directo posible, la intención del
texto literario es comunicar de manera envolvente a la par que oblicua: no
informar acerca de un mundo, sino hacer vivido un mundo posible. Los textos
literarios en que prima la estrategia de mostrar consiguen así resultar más
estimulantes para el lector, que ejercita su imaginación y su capacidad
deductiva a medida que reconstruye el mundo que el autor le presenta. La
lectura se convierte, entonces, en un acto creativo. ¿Qué hay que hacer, en
síntesis, para mostrar? Dejar que los personajes actúen, hablen y piensen.
Lejos de decir, por ejemplo, que sufren, debemos recurrir a acciones, diálogos
y reflexiones que reflejen su sufrimiento. Hay, en fin, que huir de las
abstracciones, evitando utilizar palabras como rabia, honestidad, verdad, odio,
dolor, tristeza, celos, etc., y expresiones como «Recordaba con emoción»,
«Sentía calor», «Era feliz», «Notaba una gran angustia», «Era un hombre
atormentado»... No queremos decir con todo lo anterior que deba huirse siempre
de la estrategia de decir. Un texto en que todo esté mostrado puede resultar monótono
y plano. Y, en numerosas ocasiones, lo que en un cuento o novela aparece
descrito en términos abstractos está al servicio de mostrar una idea superior
en la jerarquía de lo que se pretende transmitir. Una estrategia, en fin, no es
mejor ni pero que la otra: se trata de saber administrarlas de acuerdo con lo
que exige el relato encada momento.
La diferencia entre «decir» y «mostrar»
Veamos un texto en el que todo está dicha
Primer ejemplo: Juan era un hombre gris y antipático, pero a Marta le parecía
un auténtico caballero. Por fin: un día la invitó a cenar, Marta sintió que la
felicidad la embargaba y se arregló lo mejor que pudo para parecerle atractiva.
Pero cuando, nerviosa, se dirigía al restaurante donde habían quedado en verse
empezó a dudar de la finalidad de la cita y un miedo terrible a hacer el
ridículo la invadió. Comentario:
En este texto, el autor no permite que los
lectores extraigamos nuestras propias conclusiones acerca del carácter y los
sentimientos de los personajes. Directamente dice que Juan es gris y
antipático; no lo hace actuar, no proporciona imágenes para que el lector
resuelva que Juan es así o asá. La frase Marta sintió que la felicidad la
embargaba nos dice que Marta se siente feliz, pero los lectores no la vemos
feliz. Los lectores sabemos que Marta acude nerviosa al encuentro con Juan
porque el autor nos lo dice, y lo mismo ocurre cuando ella empieza a dudar de
la finalidad de la ata y se ve acosada por un miedo terrible a hacer el
ridículo. Sin embargo, los lectores no revivimos ni el nerviosismo ni las dudas
ni el pavor de Marta. Además de prescindir en lo posible de los verbos ser y
sentir (Juan era...; Marta sintió que la felicidad...), la manera de conseguir
que un texto no resulte demasiado dicho es sustituir las expresiones abstractas
(gris, antipático, sentir felicidad, arreglarse, nerviosa, dudar, miedo a hacer
el ridículo) por imágenes o, lo que es lo mismo, por acciones concretas que
muestren el significado de tales expresiones. Veamos cuál podría ser el
resultado si el autor mostrara en lugar de decir.
• Cómo es Juan: Juan tenía siempre el
semblante sombrío. Ante cualquier pregunta, respondía con monosílabos o
sencillamente se hacía el sordo. Jamás miraba a los ojos de su interlocutor, y
su sudorosa mano se aflojaba como una esponja cuando se veía obligado a
estrechar la de un nuevo compañero de trabajo. Su vida se repartía entre su
casa y la oficina, y los fines de semana los dedicaba a leer periódicos
atrasados en su sofá de toda la vida y a tomar cervezas delante de la
televisión.
• La felicidad que Marta siente: Juan no
caía bien a nadie, excepto a Marta, quien veía en él a un autentico caballero.
Por fin, un día la invitó a cenar. Marta enrojeció al escuchar sus palabras; el
corazón le latió con fuerza y no puedo evitar que una sonrisa insegura asomara
a sus labios. Tragó saliva y acordaron el encuentro.
• Cómo se arregla Marta: Dos horas antes de
la cita se bañó con sales perfumadas; luego, se aplicó una mascarilla
hidratante en la cara. Se cepilló durante largo rato la melena, aunque
finalmente se decidió por un recogido desenfadado. Se pintó los ojos, se rizó
las pestañas, se perfiló los labios y se puso una falda ajustada y una blusa de
seda algo transparente que reservaba para las grandes ocasiones.
• Cómo acude al restaurante: Dentro del
taxi, camino del restaurante, se colocaba bien un mechón de pelo que había
cambiado de lugar, se alisaba la falda y sacaba una y otra vez del bolso el
espejo de mano para retocarse los labios.
• Cómo duda de la finalidad de la cita: De
repente, cuando le faltaba una bocacalle para llegar al restaurante, cruzó por
su cabeza la idea de que Juan quizá sólo quisiera hablarle del trabajo.
• El miedo a hacer el ridículo: Al bajar
del taxi se observó en la luna de un escaparate: la falda le pareció demasiado
estrecha y la blusa en exceso transparente. Segundo ejemplo: En uno de los
escarceos, la aferra y sofoca su boca con sus labios. La lengua trasciende los
limites del beso y se dirige impaciente al cuello, los hombros, los pechos,
imparable. Ella se abandona a las oleadas de excitación que intensifican la
marea que la domina. El raciocinio, prepotente, permanece relegado a la espera
entre bambalinas, mientras los sentidos, prima donna de esta representación, se
adueñan del escenario.
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